miércoles, 15 de junio de 2011

Capítulo 1

Estaba cansada, mis ojos se iban cerrado poco a poco mientras me tumbaba en la cama. Pensando en lo que había ocurrido dos años atrás. Los momentos que viví con esa persona y los errores imperdonables que cometí.

Era ya tarde, la puesta del sol se veía a lo lejos. Un viento proveniente del este se llevaba las rosadas nubes a su paso. Hacía frío pues el invierno nos acechaba.

Aquel día el entrenamiento de espada se alargó demasiado, y mi maestro, Kana, intentaba persuadirme para que dejara las clases ya que a mi padre no le gustó que las hubiera comenzado.

El maestro Kana era un hombre de avanzada edad, pero sus habilidades para el combate y su agilidad parecían las de un muchacho. Siempre llevaba sus blancos cabellos recogidos en un pequeño moño. Y su tez pálida hacía que pareciera un anciano. Era un hombre muy respetuoso y amable, y sus modales eran excelentes.

Al volver mantuvimos una conversación larga y tendida:

- Hoy ha sido un buen entreno- dijo mi maestro-.

- Bueno no lo sé, pero largo desde luego –respondí con aire triste-.

- ¿Qué le pasa? Hoy la veo más cansada que de costumbre. ¿Acaso le preocupa algo?-me preguntó con aire de preocupación-.

- Lo cierto es que sí. Tengo la sensación de que no avanzo en la espada, además mi padre cada vez está más empeñado en que deje las clases y en que me ciña a mi labor. – dije-.

- Lo siento mucho señorita Jailen. Pero esta vez estoy con su padre –respndió-.

- ¡¿Cómo?! ¿Por qué?-exclamé alterada-.

- Lo cierto es que su padre tiene razón. Usted no debería estar haciendo clases de espada ni ningún tipo de lucha. Debería estar en palacio y debería preocuparse por otras cosas, como por ejemplo… -dijo con tono severo-.

- Como por ejemplo qué, ¿buscar un pretendiente? Mi padre ya me ha venido con éstas un millar de veces y yo sigo negándome. ¡No quiero buscar ningún pretendiente!- reclamé-.

- ¡Pero es su deber!-dijo-

- ¿Mi deber? ¿Mi deber es ser una princesa que en lo único que debe preocuparse es contraer matrimonio, tener hijos y seguir con el reinado? Yo creo que no –dije en tono irónico-.

- Pero ese es su destino y no puede cambiarlo, aunque practique la espada cada día no conseguirá su propósito pues una princesa no puede ni podrá ir al a guerra –dijo cada vez con más tono de enfado-.

- ¡He de ir! Aunque sea una princesa he de ir, hay mucha gente que muere cada día por intentar defendernos y yo que hago para agradecérselo ¿nada? Yo iré a combatir junto a ellos y demostrarles que su sacrificio me importa-contesté-.

- Me temo que esto ha ido demasiado lejos, lo de darle clases de espada ha sido demasiado. A partir de ahora se acabaron las clases porque si seguimos así esto acabará mal-dijo en tono cortante-.

Al llegar a palacio, mi padre, el emperador de Honai, nos recibió en la entrada con nuevas noticias sobre el estado de la guerra por la que estaba pasando nuestro país.

- Muchos soldados ya han caído en la zona oeste, y se está empezando a descontrolar la situación. Los aldeanos empieza a temer que sus familias estén en peligro -dijo padre con tono de preocupación-.

- ¿Padre, es eso cierto?

- Me temo mucho que sí.

- ¡Entonces tengo que ir!

- ¿Ir a donde?

- ¡A la guerra!

- ¡No, ni pensarlo! No voy a dejar que mi hija, sacrifique su vida en vano por una estúpida guerra!

- ¡¿Una estúpida guerra?! Han muerto muchas personas en esa guerra. ¡Nuestra gente esta sufriendo por esa estúpida guerra ! ¡¿Crees que no son razones suficientes para ir?!

- ¡Limítate a tus deberes como princesa!

- Ja, que me limite a mis deberes como princesa… veo que no lo quieres comprender…

- ¡Comprender el qué?

- Pues que yo también puedo pelear por mi gente y no me pienso quedar de brazos cruzados mientras sucede todo esto!

- Basta de este tema no vas a ir y punto!

- ¡Claro que lo haré!

- No lo harás y ahora vete y déjanos hablar tranquilamente!

Mi padre y mi maestro se quedaron hablando del estado de la guerra. Mientras tanto, me fui a mi habitación enfadada por que mi padre no me quería comprender, yo también podía luchar, pero todavía me faltaba práctica.

Él no quería entenderlo. Yo estaba tan capacitada como el que más para ir, pero siempre que sacaba el tema se enfadaba. A su vista, yo era tan delicada que cualquier cosa me podía hacer daño.

Daba por sentado que mi padre no me permitiría hacer cosa que me pusiera en peligro, es decir, que a partir de ese momento podía despedirme de mis clases con el maestro Kana.

- Iré sea como sea, pero lo conseguiré.

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